Me gusta trabajar de madrugada, cuando todos duermen. La casa está en silencio, me siento frente a la pantalla de mi ordenador y escribo, a veces con un poco de jazz, otras con música clásica, otras veces simplemente el sonido de mi teclado es suficientemente melódico. Escribo guiones, pensamientos, pequeños cuentos que jamás serán publicados, o pequeños discursos que me gusta hacer a mis amigos. Mantengo charlas con ellos hasta altas horas de la madrugada, compartiendo ideas y análisis, nuestra forma de ver el mundo. Intentamos entenderlo, ver que podríamos aportar en él, y que puede aportar él en nosotros. Hablamos sin censura, intentando aplicar lo que aprendemos en nuestros estudios; algunos estudiamos las artes y otros las ciencias, pero todos intentamos entender el campo del otro, complementarlo con el nuestro, romper esa visión errónea que tienen algunos de nuestros compañeros, esa creencia de que nuestros campos son bloques antagónicos. Me gusta imaginar como cada uno de nosotros avanza exitosamente en su campo y en su vida personal, como, a pesar de las distancias que nos depara esta nueva etapa de nuestra vida, siempre volvemos, periódicamente, a cierto punto de Andorra, el país que nos unió a todos, para tomar algo, charlar, reírnos y sobretodo seguir compartiendo nuestras reflexiones. Me gustaría ver como estas cambian en el tiempo, como los comentarios son cada vez más especializados y la voz se nos modula con la experiencia, sin dejar de comprendernos, sin dejar que nuestras especialidades nos separen, sin dejar que nuestras charlas se banalicen.
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